Por ANA MARCOS (Cartagena de Indias)
El Caribe colombiano amanece muy temprano entre los pitidos de los taxistas en busca de clientes, el olor de las arepas con queso y los jugos de las frutas tropicales que compiten en colorido
con las casas cartagenenses. En mitad de la postal, se producen extraños fenómenos, casi siempre protagonizados por los turistas subidos en tropel en los coches de caballos o en esos cacharros motorizados de una plaza, con los que recorren la ciudad sin gastar la suela contra el pavimento colonial. Ayer, además, se colaban entre la muchedumbre los protagonistas de la primera jornada
del Hay Festival.
15.30 El escritor y periodista colombiano Daniel Samper Ospina, responsable de la revista Soho, irrumpió en el teatro Adolfo Mejía, indignado. Salió al escenario acompañado por el escritor argentino Eduardo Sacheri y el periodista peruano Daniel Titinger esperando encontrar las butacas vacías. "Si juega el Barça", espetó el moderador de una charla que versaría sobre el fútbol y la literatura. El público reía en sus asientos, pero nadie amagó con levantarse o tirar de esa costumbre tan española
de apoyar la radio sobre el hombro y seguir la hazaña deportiva con disimulo.
"Hay muchas relaciones entre fútbol y literatura", comenzó Samper. "Por ejemplo, el hijo de Piqué y Shakira resultó tocayo de Kundera". Tras el pitido del árbitro, la charla saltó de la pericia de Camus bajo los palos, a la lírica periodista de Ramón Besa –periodista de EL PAÍS- y Santiago Segurola, pasando por la escuela argentina de Fontanarrosa y Soriano, hasta llegar a los cuentistas: Benedetti, Horacio Quiroga, Villoro y Galeano. Un recorrido literario sustentado en un principio que Sacheri, autor de La pregunta de sus ojos que su paisano el cineasta Juan José Campanella llevaría al cine, apuntaló sobre el escenario: "Lo más bello y literario está en las cosas que depositamos en el fútbol. La vida no se va en un partido, pero durante 90 minutos la vida es eso, a pequeña escala. Ojalá la real tuviera tanto margen para la regeneración".
Daniel Titinger, director del periódico peruano Depor se enfrentó a su compañero de pupitre como un colegial a Messi. Tiró de ese victimismo que, según contó, caracteriza a la hinchada de su país por falta de estrellas, para reconocer al primer toque que "la letra del fútbol la inventaron los argentinos". Aunque antes de que llegara el gol en propia puerta, se paseó entre su biblioteca para ponerse en los guantes del escritor Julio Ramón Ribeyro. "Gracias a su cuento Antiguas aprendí que quien no conoce de las tristezas deportivas, no conoce nada de la tristeza", parafraseó Titinger.
La hora apremiaba, el Santa Fe de Bogotá iba a saltar a la cancha y con el recuerdo del Chato Velásquez, el portero que se atrevió a expulsar a Pelé a los 10 minutos de partido en un partido, los autores rindieron su pluma e imaginación a los que se sientan cada tarde de domingo al otro lado del césped: "El fútbol no termina hasta que el hincha no lo decide".
16.30 "Hay algo políticamente subversivo en la posibilidad que nos da la literatura de ser otros. Una persona que no lee está atrapada en sí misma", Mario Mendoza. El escritor colombiano, la argentina Elsa Osorio y la española Eugenia Rico montaron su particular trinchera en Cartagena para hablar de la literatura como resistencia a las injusticias del sistema. "En la literatura la moralina no
funciona. La honestidad en cambio, sí", dijo Rico.
17.30 Colum McCann entró recitando en el teatro Mejía. El escritor irlandés afincado en Nueva York, ganador del National Book Award con Que el vasto mundo siga girando, solo llevaba 24 horas en Cartagena. Tiempo suficiente para encontrar bajo los sombreros que decoran la ciudad las historias de sus habitantes. Con sus bermudas cortas y su piel irlandesa, McCan se topó con una ciudad que viste
guayabera y pantalón de lino blanco; huele a mango; y se mueve al ritmo de los taxis y la salsa de
Donde Fidel, el esquinazo de cerveza y música de la plaza del reloj, entrada a la Cartagena colonial.
El escritor ha terminado su nuevo trabajo, Transatlantic, que saldrá en verano, en un nuevo ejercicio de investigación –"suelo tardar unos tres años en escribir un libro"- y vampirización de personajes. "Contar historias es una experiencia democrática, todo el mundo tiene una, la necesidad de contarla y casi mejor, de escucharla", explicó. Aburrido de su condición humana: clase media de barrio
neoyorquino, McCann se encuentra en las dificultades de los demás. "Leer es un acto de no violencia. Podemos entender las disfunciones y obsesiones en los personajes, y al mismo tiempo evitarlas".
La obra de McCann se mueve en formas poéticas. Compartimenta su obra en historias caleidoscópicas o poesías fallidas que han acabado convertidas en novelas, tal vez por su condición, según confiesa, de poeta fracasado. "Para mí no hay diferencias entre géneros literarios y el periodismo, el fin último siempre es contar una buena historia". Su afán además es narrar sobre lo desconocido para conocerse a sí mismo, como aconseja el oráculo. "Pensar mucho en lo que haces puede provocar una enfermedad, es mejor entregarse al misterio".
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