La historia de los rayos X comienza en el siglo XVII, al mismo tiempo que se sientan las bases del magnetismo y la electricidad.
En el año 1785 ya se conocían los fenómenos producidos por una descarga eléctrica en el interior de un tubo de vidrio sellado al vacío y se desarrolla el "tubo de Crookes" llamado así en honor a su inventor: el físico y químico británico William Crookes.
Como muchos de los grandes avances científicos, el uso de los rayos X para tomar radiografías se descubrió por casualidad. En 1895 Wilhelm Conrad Roentgen estudiaba el comportamiento de los electrones emitidos por el tubo de Crookes y se le ocurrió practicar un audaz experimento.
Expuso durante largo tiempo las manos de su esposa a la radiación del tubo de Crookes y colocó debajo de ellas una placa fotográfica. El resultado fue la primera radiografía de la historia. El descubrimiento fue patentado con el nombre de rayos X porque su inventor no tenia la menor idea de la naturaleza exacta de lo que acababa de descubrir.
Al primitivo tubo de Crookes luego lo reemplazó el tubo de Coolidge y se realizaron las primeras radiografías dentales. Aunque aun no se conocían los efectos de la radioactividad ni se habían formulado sus principios.
Durante casi 20 años, muchos científicos de aquellas épocas experimentaron con los rayos X, aunque de forma desordenada y sin ninguna medida de seguridad. Tanto es así que muchos de los primeros radiólogos perdieron sus manos por los terribles efectos de la radiación, producto de los experimentos con rayos X.
Hoy en día, la radiología es una rama de la medicina muy valiosa a la hora de formular diagnósticos, y los efectos de la radiación han sido minimizados hasta tal punto que se puede decir que son totalmente inocuos.
Fuente: ojocientifico.com
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