lunes, 21 de enero de 2013

El caso (ficticio) de los niños secuestrados porque sus padres no se ocupaban de ellos

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El caso (ficticio) de los niños secuestrados porque sus padres no se ocupaban de ellos
Jan 21st 2013, 10:01

Niña triste

Hoy os quiero hablar del caso ficticio de unos niños secuestrados porque sus padres no se ocupaban de ellos. Los secuestradores son unos personajes con buenos propósitos de una obra de teatro. Y, ¿cómo puede ser que unos secuestradores de niños tengan buenos propósitos?, os preguntaréis. Porque pensaban devolver a los niños sanos y salvos y que sus padres empezaran a ocuparse de ellos.

Imaginaban estos secuestradores de buena fe, creadores de ilusiones, felicidad y fantasía, que al llevarse el susto de sus vidas los padres de los niños desaparecidos harían propósito de enmienda y empezarían a atenderlos como es debido.

Los secuestradores querían dar felicidad a esos niños que se sentían solos porque pasaban todo el tiempo con cuidadoras y no con sus padres, porque sus padres nunca “tenían tiempo” para ellos, porque preferían ocuparse de sus fiestas y asuntos sociales durante todo el día, de tomar el té con las amigas (lo cual me ha recordado a esta viñeta)…

De hecho, aseguran que los niños nunca estuvieron tan bien cuidados como cuando fueron secuestrados. A los pocos días eran devueltos a sus casas.

Pero su objetivo sale mal, y después de devolver a los niños los padres siguen sin ocuparse de ellos. Ahora los niños están mucho peor, porque en vez de estar con sus cuidadoras en el parque, la calle o cualquier lugar, pasan el día encerrados en sus casas, con ellas y no con sus padre, por miedo a que los secuestren de nuevo.

Como es lógico, el pedagogo que había aconsejado a estos forjadores de sueños y felicidad es despedido y sustituido por un ilusionista de circo.

Os dejo con el fragmento de la obra de teatro que cuenta este insólito suceso, “Los árboles mueren de pie”, de Alejandro Casona. En estas líneas el director de la empresa que fabrica ilusiones le explica a una recién llegada algunos de los “trabajos” que han realizado. Unos salieron bien; otros, como este intento de dar felicidad a unos niños, no.

MAURICIO. Si viera nuestros archivos se asombraría de lo que puede conseguirse con un poco de fantasía… y contando, naturalmente, con la fantasía de los demás.

ISABEL. Debe ser un trabajo bien difícil. ¿Tienen éxito siempre?

MAURICIO. También hemos tenido nuestros fracasos. Por ejemplo: una tarde desapareció un niño en un parque público mientras la niñera hablaba con un sargento… Al día siguiente desaparecía otro niño mientras la mademoiselle hacía su tricota. Y poco después, otro, y otro, y otro… ¿Recuerda el terror que se apoderó de toda la ciudad?

ISABEL. ¿También era usted el ladrón de niños?

MAURICIO. Naturalmente. Eso sí, nunca estuvieron mejor atendidos que en esta casa.

ISABEL. Pero ¿qué es lo que se proponía?

MAURICIO. Cosas del pedagogo. Realmente era una pena ver a aquellas criaturas siempre abandonadas en manos extrañas. ¿Dónde estaban los padres? Ellos en sus tertulias, ellas en sus fiestas sociales y en sus tés. Era lógico que al producirse el pánico se aferraran desesperadamente a sus hijos ¿verdad? ¡Desde mañana todos juntos al parque!

ISABEL. ¿Y no resultó?

MAURICIO. Todo al revés de como estaba calculado. El pánico se produjo, pero los padres siguieron en sus tertulias, las madres en sus tés ¡y los pobres chicos en casa, encerrados con llave! Un fracaso total.

ISABEL. ¡Qué lástima! Era una bonita idea.

MAURICIO. No volverá a ocurrir: ya hemos expulsado al pedagogo y hemos tomado en su lugar a un ilusionista de circo.

Como veis, el suceso que se puede considerar más o menos trágico, acaba con un toque humorístico que “descongestiona” o suaviza la escena (en el estilo del autor en este tipo de obras). Pero las palabras anteriores nos hacen pensar, y mucho, sobre esos niños abandonados sin estarlo y las prioridades de sus padres.

De hecho, nos hubiera gustado que, como en los otros casos en que los ilusionistas sí cumplen sus objetivos y dan felicidad al prójimo, así hubiera sido con los niños.

Os animo a leer “Los árboles mueren de pie”, de Alejandro Casona, una obra de teatro que mezcla fantasía y realidad, ilusiones y tristeza, dando golpes de amargura disfrazados de humor que nos hacen reflexionar, como sucede en el insólito caso de los niños secuestrados porque sus padres no tenían tiempo para ellos.

Foto | allthecolor en Flickr-CC
Más información | Los árboles mueren de pie (pdf.)
En Bebés y más | ¿Tiempo de calidad o cantidad de tiempo, Más tiempo con los hijos, Uno de cuatro niños españoles se siente solo

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