Hace unos días os hablaba de que los padres tienen que estar atentos a las “señales” que nos envíen nuestros hijos, para descubrir al artista que llevan dentro. Un arte, un don, una cualidad especial… ¿quién no tiene alguna, aunque sea una pequeña habilidad?
Pero podría ser que ese don pasara desapercibido para los padres o, incluso, que los progenitores fueran el mayor impedimento para que el hijo lo desarrolle. Entonces los padres eclipsan a los niños, como nos cuenta Roald Dahl en su novela “Matilda”:
Padres que no demuestran el menor interés por sus hijos y que, naturalmente, son mucho peores que los que sienten un cariño delirante. El señor y la señora Wormwood eran de esos. Tenían un hijo llamado Michael y una hija llamada Matilda, a la que los padres consideraban poco más que como una postilla. (…) El señor y la señora Wormwood esperaban con ansiedad el momento de quitarse de encima a su hija y lanzarla lejos (…).
Son unos padres que ignoran las cualidades de sus hijos, que las apagan o desprecian. Así se ninguna al hijo, en una especie de maltrato infantil también triste. Más triste cuanto más evidente sea el “arte” del niño. Es lo que le sucede a Matilda, la pequeña niña extraordinaria de la novela:
Ya es malo que haya padres que traten a los niños normales como postilla sy juanetes, pero es mucho peor cuando el niño en cuestión es extraordinario, y con esto me refiero a cuando es sensible y brillante. Matilda era ambas cosas, pero, sobre todo, brillante. Tenía una mente tan aguda y aprendía con tanta rapidez, que su talento hubiera resultado claro para padres medianamente inteligentes. Pero el señor y la señora Wormwood eran tan lerdos y estaban tan ensimismados en sus egoístas ideas que no eran capaces de apreciar nada fuera de lo común en sus hijos.
Por suerte, el talento fuera de lo común de Matilda es cultivado por ella misma al margen de su familia. Aprende a leer a los tres años gracias a las revistas y el libro de recetas que había en su casa, y cuando le pide un libro a su padre para se huir aprendiendo y disfrutando, este le contesta:
- ¿Un libro? ¿Para qué quieres un maldito libro? (…) ¿Qué demonios tiene de malo la televisión? ¡Hemos comprado un precioso televisor de doce pulgadas y ahora vienes pidiendo un libro! Te estás echando a perder, hija…
También por suerte, Matilda no cae en las redes de las pantallas y descubre la biblioteca pública. Pero, ¿cuántas Matildas, no de novela, se habrán quedado por el camino? Porque con unos padres tan “lerdos” y negativos, lo más normal hubiera sido que los hijos cayeran en su mismo atontamiento frente a las pantallas…
“Matilda” es una novela infantil fascinante, con una versión cinematográfica que también os recomiendo. Y si he hablado de que “por suerte” a menudo a Matilda le sucede esto o esto otro, no es porque haya mezclado ficción y realidad, sino que veo en Matilda el reflejo de muchos niños extraordinarios de carne y hueso.
Pueden ser sus padres, puede ser el colegio, la sociedad… los que no le dejen desarrollarse y crecer completos. Quiero pensar que no existen demasiados padres como los Wormwood, pero viene bien recordar que los primeros en prestarles atención y estar atentos a los gustos y necesidades de los niños somos nosotros.
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