Los méritos de los personajes masculinos abofeteables que enumerábamos en la entrada anterior palidecen al lado de personajes femeninos como la ya de por sí pálida Bella Swan, la niñata que protagoniza las novelas de la serie Crepúsculo, de Stephenie Meyer. El problemón, inmenso, es que Meyer concibió este personaje para que las lectoras de la saga se identificaran con él, y ya ven ustedes el ejemplo que da. Porque a fin de cuentas, sus peripecias en Crepúsculo tienen su razón de ser: es nueva en la ciudad, un poquito inadaptada debido a sus circunstancias familiares, y vamos, que le falta un hervorcillo. Pero a partir de Luna nueva, de verdad, de verdad de la buena que se merece todo lo que le pasa. Mucho más insufrible que la Sookie Stackhouse de Charlaine Harris (quien, a fin de cuentas, tiene sentido del humor y una gracia pizpireta que hace que incluso nos caiga bien, a ratos), Bella consigue eclipsar a todos sus rivales en la reñidísima categoría de protagonistas tontolabas de novela juvenil. (Venga, confiesen que ustedes también rezaban para que la Comadreja se cepillase de la manera más dolorosa posible a Katniss nada más comenzar los Juegos del Hambre.) No es poco mérito.
Aunque para niñata inaguantable, la simpar Pollyanna, de Eleanor H. Porter. El optimismo casi patológico de Pollyanna roza el conformismo y lo reaccionario, hace que todas las protagonistas de novelones románticos decimonónicos parezcan unas señoras centradas (desde Emma Bovary hasta Anna Karenina, pasando por las hermanas Dashwood y, fíjense en lo que les digo, por Catherine la de Cumbres borrascosas) y, de paso, puede decirse que se inventa los libros de autoayuda. Ah, qué lástima que la autora no hubiera nacido medio siglo después: en vez de vender sus obras en los estantes de literatura infantil y juvenil, habrían tenido que ponerla entre El caballero de la armadura oxidada y las obras completas de Paulo Coelho. De verdad que no habíamos visto a ningún personaje de ficción más desconectado de la realidad desde el niño de La vida es bella; pero claro, el problema es que las novelas de Pollyanna marcaron a toda una generación de optimistas casi patológicos que se las leyeron mientras cruzaban el Atlántico camino de alguna trinchera en la batalla del Marne, y así les fue; no sé si me explico.
Y a modo de conclusión, allá va el único de los seis personajes cuya inclusión tuve clara desde que se me ocurrió escribir esta entrada del blog: Galadriel. Sí, señores, ¿de verdad alguien se cree el rollo de la superioridad moral de los elfos, esos personajes que consiguen encabronar a todas las razas de la Tierra Media entre sí para que provoquen una guerra devastadora que, de hecho, acaba con la Tercera Edad, y acto seguido pongan pies en polvorosa largándose a Avalon como un alguacil de campo de concentración cualquiera que aprovechase la confusión subsiguiente a la caída del régimen para aposentar sus reales en un resort cualquiera de la Costa del Sol o de la Patagonia? ¡Pero un poquito de por favor! Galadriel es una manipuladora que se camela a un pueblerino voluble como Frodo para exponerlo a una muerte que habría sido segura si no fuera porque J. R. R. Tolkien se tiró el rollo y lo convirtió en el héroe de la historia. Un bicho, un auténtico bicho de mírame y no me toques que, encima, va de santita por la vida. Ya le gustaría a Cersei Lannister llegarle a la punta de las orejas…
A todo esto, ¿cuáles son vuestros personajes literarios más abofeteables? Os esperamos, como siempre, en los comentarios.
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