Regresa uno de los enfants terribles del cine estadounidense. El director Harmony Korine, que parecía haber agotado las propuestas de su filmografía, vuelve a sorprender. Una filmografía tejida en base a la auscultación de los aspectos más traumáticos de la sociedad americana: el sueño americano derrumbado, no filmado desde un idilio que se quiebra, sino desde el propio abismo, plano a plano. Fue guionista de Kids y de Ken Park, dos grandes obras del también enfant terrible Larry Clark, donde nos sumergimos en un mar de estímulos que narran los viajes al fin de la noche de adolescentes, a través del sexo y las drogas, en el primer caso, y las obsesiones sexuales y violentas también de adolescentes dentro de hogares desequilibrados, en el segundo caso. También ha dirigido obras polémicas como Gummo, sobre la vivencia de la adolescencia marginal tras la devastación que provoca un tornado en un poblado de Ohio; y Julien Donkey-Boy, una película dogma sobre su tío esquizofrénico. Su nueva propuesta: Spring Brreakers, que ya tiene un primer tráiler:
Spring Breakers fue presentada en el pasado festival de Venecia, recogiendo críticas polarizadas y causando cierta estupefacción por su radical propuesta. El argumento sigue los pasos de cuatro jóvenes estudiantes que se han desplazado a Miami para disfrutar de macrofiestas durante sus vacaciones primaverales, pero tras ser encontradas en una casa repleta de drogas, son apresadas. No obstante, un traficante de armas y drogas las rescata y desarrolla su potencial festivo hasta sus últimas consecuencias. El reparto es muy interesante, con Selena Gomez, Vanessa Hudgens, Rachel Korine y Ashley Benson como las cuatro jóvenes desfasadas, y con un James Franco irreconocible, con aparato de dientes y peinado extravagante.
Spring Breakers se ubica, por lo visto en el tráilers, en la línea de Kids, en el sentido de ofrecer un relato fragmentario, desestructurado, reducido ante todo a los estímulos visuales y sonoros de la decadencia. Por ello es un gran director Larry Clark: porque nos sumerge en el descenso a los infiernos sin moralismos, sólo mediante los síntomas que lo explicitan. Pero en Spring Breakers, Harmony Korine ha querido llevar todo a su límite: el relato desaparece, y se concentra únicamente en la generación de atmósferas de macrofiesta, bikinis mojados, alcohol, sexo y música house durante 90 minutos. Todo retazo de argumento es un pretexto para colarse en las experiencias narcóticas de las jóvenes.
Es el rechazo absoluto de la narración, pues para captar esta vivencia extrema de la realidad no se puede recurrir a un relato: sólo en el instante festivo, en la eclosión de la drogadicción y la ebriedad, se puede comprender el tour de las protagonistas por el reverso del sueño americano. Porque sí, en Spring Breakers, Miami parece ser la utopía, la meca del desfase: el objetivo de estos personajes es aguantar el baile hasta el alba y disfrutar en esas vacaciones primaverales. Korine quiere retratar esa degeneración del sueño americano hacia una macrofiesta en el soleado Estado de Florida.
Y para ello, toma unos personajes casi apsicológicos, pues son tres jóvenes agotadas por la rutina y una joven católica que quiere huir de su dogma; pero poco más se sabe de ellas. Porque lo que desea retratar Harmony Korine es eso: una vivencia, una experiencia, proyectada en todo el largometraje. Para ello, no requiere de psicologías, sino de atmósferas. Y ello convierte al film en una experiencia, más que en una película. El estreno está previsto para el 22 de marzo en EEUU, y para el 1 de marzo en España.
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